Voladores

-          Aquí Charly papa 21, Charly papa 21, solicitando permiso para despegar a torre de control
-          Aquí torre de control, Charly papa 21 tiene permiso para despegar de pista 8, repito tiene permiso para despegar de pista 8

El rugir de las turbinas ensordecía el ambiente. Mientras una estela de papel celeste se deprendía de las toberas…
Una mano infantil jalaba un hilo y la nave levantaba vuelo.

La imaginación de los niños allá en medio de los 70’s hacia que la antigua lata de leche evaporada llena de engrudo y el carrete de hilo cadena afanado  del costurero de la abuela, nos transforme en verdaderos pilotos capitanes de hermosas naves de papel de seda.
El cielo orureño de hace 40 años competía con la imaginación de los niños y se ornaba con pinceladas de vivos colores en papel de seda.
El tiempo era agosto, mes de viento, mes de voladores en Oruro!
Benemérito juguete artesanal en cuyos planeos más de un niño orureño hilamos sueños y aprendimos que podíamos hacer mucho con tan poco.
Un par de hojas de papel seda, un pedazo de caña que bambú que la tradición llamaba “T’isi”, una buena porción de engrudo y el infaltable hilo “mercerizado” (nunca supe que cielos quiere decir mercerizado) marca “Cadena” (tenía que ser esa marca… la tradición lo dictaba) y manos a la obra!
Mientras fabricábamos nuestros voladores también fabricábamos nuestras primeras ilusiones infantiles… y los primeros traumas maternales!
El ritual empezaba con la fabricación del engrudo, labor que tenía ocupadas a las mamás a fin de que su “joyita” no se queme las manos y ponga en riesgo su integridad física o peor aún le prenda fuego a la cocina y ponga en riesgo la integridad familiar merced al posible incendio de proporciones infernales provocado por la “joyita” en cuestión!
... Las veces que habré visto a mi madre correr hacia mí con los ojos desorbitados y la cara demudada de terror cuando me veía en la puerta de la cocina, con un fosforo en la mano y sentenciando severamente
– “voy a hacer engrudo!”
La dulce señora caía en cuenta que agosto había llegado y como que el sol sale de noch… de día!, era inevitable que todos los llockallas de la cuadra empecemos los preparativos para hacer voladores.
Inexplicablemente a los niños de ese entonces nos poseía una extraña cleptomanía “hilera” y andábamos trasculcando el costurero de la mamá, de la tía, de la abuela y de cuanta buena señora se nos ponga a tiro a fin de “prestarnos” los famosos hilos cadena… mi madre dormía abrazada de su costurero y en el día no lo perdía de vista y lo protegía con un amenazas variopintas que generalmente involucraban el potito de este humilde ciudadano!
Luego a cortar el T’isi con celo con cuidado, midiendo instintivamente cada corte, cada astilla devastada, hasta conseguir el peso ideal.
Hacer un cuadrado perfecto con una de las hojas de papel que junto a las cañas y el engrudo seria el cuerpo y las alas de nuestro magnifico volador.
La otra hoja tenía un fin menos sublime pero igual de importante.
Era cortado minuciosamente en tiras largas que luego se volverían en la cadena de papel que hacía de contrapeso y que se pegaba en la cola del volador.
De los pedazos más pequeños o irregulares de papel se fabricaban las hermosas “ch’askas” que no eran sino una especia de rudimentario pompón de tiras delgadas de papel que hacía de estabilizadores de vuelo y que eran adosados en ambos laterales del volador.
Con el volador listo partíamos a algún lugar alto de la ciudad, generalmente el Faro, el Corazón de Jesús o el cerro Santa Bárbara y con ese celo y ese amor que solo el corazón de un niño conoce corríamos sujetando el volador por el hilo hasta encumbrarlo y dejar que junto con ese pedazo de papel volante nuestros sueños infantiles alcen vuelo.
Era tan hermosa la sensación de volar uno de estos juguetes… remontar el viento y aprender a leer los mensajes que el volador te mandaba a través del hilo…
-          Está cabeceando, está cabeceando, jalá a la izquierda!
-          Está pidiendo hilo, dale o se va a ir!
-          Recogé, recogé el viento está arreciando!
Toda una ciencia el aprender a volar estos juguetes!
Uno podía pasarse mañanas y tardes enteras volándolos y disfrutando como locos con la esencialidad de esta actividad y nos importaba muy poco el sol o el viento… En esa época nadie se enfermaba por subir al cerro en medio de un viento frio, a nadie le incomodaba un poco de sol en la cara, es más los papas y las mamas se preocupaban cuando sus hijos no tenía la carita quemada por el sol.
Personalmente aun ahora con más de 40 años en el cuerpo y sin saber bien quien soy y donde voy, tengo una sola certeza en mi vida, la de que mi niñez fue de lujo y estuvo aderezada por papeles de colores, amagos de incendios, hilos robados y cientos de horas a la intemperie volando con la imaginación a lomos de estos beneméritos voladores
Ahora y contra mi costumbre voy a cerrar este escrito con muchos más recuerdos e ideas en el tintero, pero quiero hacerlos para que tú que me lees completes este texto con algún recuerdo tuyo.
… y si no te animas a compartirlo conmigo y con los que nos leerán, date un par de minutos para recordar cuando eras niño, las cosas eran mas simples y agosto, inevitablemente era mes de voladores..

He dicho!

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