CRONOLOGÍA DE UNA BATALLA FRUSTRADA

Algo que escapa a mi memoria provocó que un grupo de pubertos, allá por la primera mitad de la década de los ochenta desarrollaran tal encono con un grupo similar de llockallas antagónicos que un buen día decidieron ir a la batalla.
La casa de mi buen amigo Billy Blacutt Vazquez fue el cuartel en el cual esa hueste de 5 o 6 guerreros se pertrecharon con espadas y armaduras y hasta ensayaron fintas y paradas con unas espadas hechas con unos palos clavados en cruz.
El enemigo tenía su cuartel en el barrio del “Cuch’u” y era un grupo similar al nuestro.
Días antes nuestro comandante Billy había concertado lugar y hora en la que debíamos cruzar armas con el enemigo y a partir de ese mismo día en el que se declararon las hostilidades, nos ocupamos de entrenar seriamente para la batalla.
Cada uno en sus casas ensayábamos en secreto el milenario arte del manejo de la espada y sosteníamos reuniones planificatorias de la estrategia en el campo de batalla
- ¡Bueno, muchachos, cuando ataquemos, vos quirquincho y vos pepe que son los más grandotes van a ir por delante para que se asusten!
- Pero Billy y si nos suenan?
- ¡Hermanos, si caen en batalla nosotros les vengaremos!
Y el miedo de semejante encomienda, al quirquincho y a mi no nos dejaba dormir (tristemente no recuerdo el nombre de nuestro buen amigo quirquincho)
Llegó el fatídico día y a las 8 de la mañana todos nos concentramos en nuestro cuartel para pertrecharnos y prepararnos para la batalla.
Repasamos una vez más los esquemas garabateados en las elementales hojas de carpeta de ese entonces y nos dispusimos a pertrecharnos.
Como siempre nuestro comandante nos hizo una arenga de reflexión y motivación y todos nos dispusimos a armarnos.
Primero los petos, que no eran otra cosa que unos pedazos de cartón a los que habíamos atado unas cuerdas para sujetarlos a nuestros pechos como chalecos.
Mas cartón en piernas y brazos para detener las estocadas de los enemigos.
Alguien más avezado había traído un pedazo de cuero de oveja que se lo puso en el pecho y orgulloso se paseaba exhibiendo su armadura de alta gama comparada con nuestros elementales cartones… unas latas de leche fueron los orgullosos yelmos que coronaron nuestras testas y unas tapas de olla afanadas de las cocinas de nuestras casas los nobles escudos que protegerían nuestras humanidades de las estocadas enemigas.
En silencio y con la ominosa promesa de la próxima batalla nos terminamos de armar e incluso algunos ensayamos un round de espadazos con nuestra sombra para afinar la técnica.
¡Extrañamente nuestro comandante no se armaba… inquirido por su tropa por qué no lo hacía, el comandante Billy se ató su peto solamente y con toda la profundidad posible de la voz de un niño de 12 o 13 años nos dijo que él iba a ir a la batalla así!
Que san Jorge lo protegería de todo mal…. (éramos scouts, no fanáticos religiosos)
¡Dicen que no hay deuda que no se pague, ni plazo que no se cumpla y la hora pactada había llegado!
Salimos de la casa de Billy todo armados en fila y con paso marcial rumbo al campo de batalla.
¡Justo cuando estuvimos en la calle, nuestro comandante nos dijo, esperen!
¡A las carreras volvió a entrar a su casa y después de un par de minutos volvió a parecer como una visión!
¡Tenía un casco, una espada y un escudo de verdad!
¡El sol matutino refulgía en el metal que vestía nuestro comandante y toda la tropa aulló de emoción!
¡Ahora sabíamos que la victoria era nuestra!
Billy se paseó orgullos dejándonos ver esa espada serpenteante y ese escudo con una cruz en medio y ese caso con un penacho flameante al viento!
¡Ese es un guerrero de verdad, pensamos al unísono y nuestros corazones infantiles se llenaron de gozo!
Se dirigió a la cabeza de la tropa y con paso aún más marcial comenzamos a descender la empinada calle de nuestro cuartel.
Nuestro heroico desfile estaba llegando a la esquina ante el asombro de los vecinos y los viandantes, cuando como un trueno escuchamos el vozarrón de la madre de nuestro comandante.
- Billy, donde estas yendo con las cosas de tu abuelo!
- ¡Venga inmediatamente aquí!
- Y ustedes llockallas desaparezcan de mi vista
La tropa de heroicos guerreros salió corriendo espantados en todas direcciones.
¡En el tropel cayeron escudos, cascos y armaduras que quedaron tirados al sol como fieles testigos de una batalla épica que nunca se realizó!
Días después cuando el castigo de nuestro comandante fue cumplido, nos reunimos y nos enteramos que la espada y el escudo eran una espada y un escudo de ángel de la diablada que como reliquias iban a ser donados al museo de antropología y que el casco con crines flameantes era nada más y nada menos que el flamín que el abuelo de nuestro comandante había portado orgulloso como militar en la guerra del chaco!
La ignorancia es atrevida reza el viejo adagio y fue nuestra inocencia la que nos llevó a tamaño atrevimiento.
Hace unos días volví a ver ese casco en el estudio de mi buen amigo y hermano Billy y como un piano me cayó en la cabeza este recuerdo.
Éramos unos niños, inocentes, sin tecnología, sin medios de comunicación, sin tantas ventajas que ahora tienen nuestros niños.
Pero los niños de nuestra generación les llevábamos una ventaja inconmensurable: la imaginación.
Recurso con el que todos los niños orureños de ese entonces urdimos las más descabelladas aventuras, muchas de las cuales no vieron la luz, como nuestra frustrada batalla.
¡He dicho!

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