El auto cohete


Hubo una época en Oruro en la que una cierta noche del año, todas las familias salían a la puerta de su casa y sin más ceremonia encendía un proverbial fuego; una vetusta olla o una caldera más vieja que el tiempo anidaba entre las brasas y la canela con guindas empezaba a borbotear para hacer el mas delicioso ponche que recuerdo de mi niñez… Claro que para los niños obviaban la parte de echarle singani, pero aun así, estoy seguro que no hay llockalla de mi generación que no haya degustado esta mágica ambrosia… o haya saltado sobre una fogata... Sobre todas las fogatas de la calle.
El frio jamás fue impedimento para que todos y por turno salgamos a las calles invernales y bailemos en torno al fuego en un mágico aquelarre pirómano… y es que la idea no solo era quemar madera o leña o algún similar, no señor! La idea era echar al fuego cuanta cosa vieja teníamos y guardábamos en casa, lo increíble es que en nuestra ignorancia participábamos de un antiguo ritual de bautizo “Igni Natura Renovatur Integra”… claro que a nuestro modo, sin canticos gnósticos ni nepentes divinos... En su lugar alguien guitarreaba una cuequita o un bailecito, cuando no la aromeñita o la mariposa y todos, jóvenes y viejos, niños y adultos hacíamos girar la imaginaria matraca de un caporal moreno y libábamos ponchecitos sanjauneros a ritmo de morenaditas de antaño.
Los niños del barrio, todo y por turno sacábamos los tesoros pirotécnicos que nuestros padres habían tenido a bien comprarnos en el ritual previo por la tarde.
Este ritual no hubiese estado completo sin la anticipación casi torturante del mozalbete en cuestión y que comenzaba días antes con las X tachando los días faltantes en el calendario de la cocina.
El mismo día en cuestión y casi a punto del infantil soponcio, el papá haciendo gala de una tortuguezca parsimonia se levantaba y después de dar un par de bostezos y con abúlica voz solía dar la orden de ir al mercado a comprar los fuegos artificiales.
Uno saltaba de alegría y salía disparado delante de su progenitor rumbo a lo que, para nosotros, en ese entonces era la única ocasión en el año para dar rienda suelta a nuestros primitivos deseos de hacer reventar cuanta cosa se nos ponga delante sin escuchar razones de ninguna naturaleza… La idea era meter bulla, hacer que nos presten atención y poner en zozobra al barrio entero con las explosiones y encima de todo suponer que lo estábamos haciendo bien…
… ahora que lo pienso, ya sé por dónde les viene la locura explosiva a los manifestantes que toman las calles poniendo en zozobra a los vecinos y viandantes con sus bombardas.
Ahora, haciendo este mismo ejercicio con mi sobrino, me di de golpe y porrazo con que ahora la oferta de juegos pirotécnicos se elevo hasta cantidades y variedades insospechadas. La humilde sarta de cohetillos de marras quedo en el olvido… Cuando le propuse a mi sobrino comprar varias y desarmarlas para sacarles la mecha y hacer explosiones individuales, me miro de pies a cabeza con tristeza primero y después con el mismo asombro que supongo pondríamos si un día de estos nos cruzáramos en la calle con el buen hatuk sobreviviente neardenthal.
- Hola hatuk, que haces hermano?
- Ugg, mi busca palo pa’ fuego!
- Este... fósforos quieres decir?
- Grrrr, no, mi busca palos de fuego que vienen en caja y cuando raspar nacer flor que muerde!
- Fósforos mi querido hatuk, tú buscas fósforos… (pedazo de mono parlante)
El punto es que después de andar y comprar un sinnúmero de adminículos explosivos que iban desde lluvia de fuego, huevos de dragón… pobres… buscapiques, abejas, tanques, mas lluvia de fuego, pero esta vez de colores, tres tiros, 12 tiros.. mil tiros!!! Esto ya rayaba en lo surreal!
Chilladores, silbadores, y no sé que otros dores más, volvimos a casa para ejecutar la salva de explosiones san juaneras.
No tuve el valor de contarle como cuando nosotros éramos niños, el solo hecho de tener unos cohetillos y una caja de fósforos en las manos te hacían el niño más feliz de la cuadra.
… y si no habían cohetillos o plata para comprarlos, tampoco importaba, igual uno era feliz!
Por semanas antes a la noche de san Juan, todos lo llokallas del barrio nos dábamos a la tarea de juntar latas vacías de leche evaporada y las guardábamos con celo... Es más desarrollábamos una extraña cleptomanía “lata vaciera” que nos lleva a exabruptos tales como el de revisar la basura de algún pariente descuidado
… la idea era hacerle un par de agujeros a la lata, sin contar el de arriba, obviamente… hay cada burro que no entiende cuando le explico cómo se hacía esto… ufff
Decía, había que hacerle un par de agujeros a los costados con un elemental clavo y una primitiva piedra y pasarle un alambre a guisa de asa y el adminiculo estaba casi listo.
La segunda parte de la confección de dicho artilugio pirómano implicaba serios despliegues logísticos que implicaban latas más grandes, emplazamiento de vigías y habilidades sociales de convencimiento comparables solo a los más grandes negociadores de las películas gringas.
O sea, había que ir con una lata grande hasta la estación del norte, montar guardia a la hora de salida y acorralar al trabajador con cara de mas buena gente y rogarle hasta el cansancio que nos regale aceite sucio!... vieron?: Logística pura!
Una vez conseguido el aceite sucio había que conseguir trapos viejos y meterlos en las latas pequeñas echarle un buen chorro de aceite y con un par de agujeros mas a los costados teníamos un increíble mechero con el que correteábamos dichosos como luciérnagas antropomorfas, hilando fantasías infantiles con las estelas de luz que desprendían nuestros mecheros.
Cierta vez el hijo de la señora de la tienda de mi barrio tuvo una brillante idea!
Se le ocurrió atar una cuerda a un pedazo de lana de acero, de esas que sirven para pulir las ollas y le prendió fuego!
Eso ardió como si tuviera combustible propio… a este servidor se le ocurrió hacer girar el “coso” ese por encima de mi cabeza.. uhhh para que les cuento!
El espectáculo fue alucinante!
Miles de chispas se desprendieron y volaron en todas direcciones, la estela de luz sumada a la noche produjo un alucinante aro de luz y fuego que hizo que el resto de los llokllas del barrio aullaran de admiración por la osadía de haber descubierto semejante divertimento!!!
Yo extasiado en medio de aquel aro de fuego sonreía pagado de mi suerte y hasta empecé a sentir una cálida sensación que me recorría el cuerpo… era el orgullo de ser el héroe de la noche… pensaba en mi infantil inocencia.
Henchido de orgullo comencé a sentir los piquetes del amor propio y del orgullo exaltados hasta el paroxismo… pucha que el orgullo picaba fuerte!!!
De pronto y en medio del alucinante paroxismo escucho el grito de mi madre que con el rostro desencajado y cubriéndose la cara con el brazo corría hacia mí.
Viene a darme un abrazo de orgullo, pensé… triste sino, que te encargas de desbaratar los sueños infantiles con una bofetada de realidad.
Mi madre corría hacia mí para salvarme de una quemadura de proporciones infernales.
La cálida sensación que sentía, no era otra cosa que el metal derretido que me caía encima!
Los piquetes de orgullo no eran otra cosa que las nacientes llagas en mi cuero cabelludo y las posteriores tonsuradas a fuerzas para proceder con la curación!
Huelga decir que después de la consiguiente curación de emergencia y la maternal puteada y el obligatorio castigo; al día siguiente tuve que ir a la escuela con unos impresentables baches en mi frondosa cabellera y lo que es peor unos baches enormes en mi orgullo! 
Que jodida es la niñez!

Recuerdo en especial una de esas noches de san Juan en la que me topé de golpe y porrazo con las leyes de la física..
Como relaté antes, me habían comprado los obligatorios cohetes, de esos con una cañita y que se los suelta usando una botella como plataforma de lanzamiento, además de esto, los infaltables cohetillos y las necesarias chispitas completaban mi arsenal San Juanero.
Escondido en un recoveco del patio trasero me di a la tarea de preparar lo que para mí, iba a ser el máximo experimento del mundo mundial!
Empecé cortando las cañitas a los cohetes, luego desarme con delicadeza toda la sarta de cohetillos y separe las mechas y las puse tratando de igualar su tamaño… corrí a mi rincón de juguetes y elegí una carrito de plástico anaranjado que por ese entonces era mi juguete favorito.
Era una peta modificada para carreras... O por lo menos eso aparentaban las llantas anchas y más grandes en la parte trasera. El motor descubierto imitaba uno de carreras, con los escapes sobredimensionados y para terminar el efecto, aderezaban los guardabarros de las llantas, sendas flamas típicas de autos veloces!
Tal era mi juguete preferido y en mi febril imaginación el más veloz de los carros y esa noche iba a demostrarlo!
Me pasé el trabajo de sujetar las mechas largas de los cohetillos a las mechas de los cohetes ya sin cañas y los cohetes alrededor de mi súper peta!
Entrada la noche y cuando todos ya habíamos agotado nuestros arsenales y habíamos quedado sin parque, haciendo alharaca, anuncie a todos los llokallas del barrio que estaban por presenciar un espectáculo, que digo espectáculo, experimento digno de las mejores plazas y los mejores escenarios del mundo mundial!
Acto seguido y ante las miradas atónitas de mis correligionarios saque mi auto de carreras, convertido ahora en auto cohete.
Esta vez me cobraré todas las burlas del año pasado, ante mi intento fallido de inventar un nuevo aparato lanza chispas con una lana de acero! Me dije a mí mismo.
Esta vez mi madre no me echara agua delante de todos y es más, tendrá que reconocer mi genio, pensaba orgulloso mientras me pavoneaba paseando mi carrito delante de las caras cada vez mas sorprendidas de mis amigos.
Acto seguido rayando una línea en el suelo con una tiza, puse la peta cohete en el suelo y ante los murmullos de admiración encendí la mecha!
Juro que todos contuvimos el aliento mientras veíamos como la chispa corría sobre la mecha siseando su ígnea melodía… después de unos segundos eternos, encendieron los cohetes principales y luego de titubear un breve segundo, mi peta partió echando fuego, literalmente!
Todos corrimos gritando como posesos detrás del maravilloso auto cohete… en un giro del destino, giró la peta sobre su eje transversal y cayó sobre el techo, pero esto no evito que siga su descontrolada carrera y entre giros y tumbos llegó a la esquina de la calle y en otro giro del cruel destino comenzó a girar sobre sí mismo en medio de la calle y justo cuando un par de metros nos separaban del auto cohete, como un cohete paso un auto de verdad y despedazo el fabuloso auto cohete…
Todos quedamos pasmados con el desenlace, mis amigos después de la sorpresa comenzaron a reir señalándome y no tuve otra opción que levantar del suelo las pocas piezas de plástico roto y medio quemado que quedaron esparcidas en la calzada.
Regrese a mi casa llorando disimuladamente acunando en mis brazos al legendario auto cohete y arrastrando por los suelos mi infantil espíritu, como lata de matrimonio.

Ahora ya no vemos ese tipo de inventiva en los niños, ya nadie piensa en inventar autos cohetes o fabricar mecheros con latas y mucho menos casi producirse quemaduras seria a fin de divertir a sus amigotes.
Fueron tiempos más simples en los que encender un buen fuego en tu puerta no te convertía en un criminal, ni era un atentado a nada, ni a nadie.
Nadie adolecía del snobismo conveniente de creerse paladines ecológicos, ni despreciábamos nuestras tradiciones tan ofensivamente como lo hacemos ahora.
Cuando le cuento a algún niño que antes hacíamos fogatas en cada puerta en todas las calles de la ciudad, abre los incrédulos ojos enormes.
Claro eran otros tiempos, creíamos en nuestras tradiciones y no éramos tan hipócritas y sobre todo inventábamos autos cohetes.
Por eso y para cerrar este mamotreto, juro que el siguiente San Juan le enseñare a mi sobrino y a todos los llokallas de sus amigos, como se fabrica un auto cohete…
He dicho!

0 comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

Buscar este blog

En facebook