viernes, 10 de marzo de 2017

Viejos de mierda … como los amo!


A mí siempre me sorprendieron estos viejos monstruos gigantes, feroces y atemporales.
Como regla general suelen tener voces extremas y pueden lanzar gritos roncos que te congelan la sangre en las venas o hacen latir tu corazón inmisericordemente.
Viejos esperpentos que nos solazan y que tiene nombres a veces ridículos: Mick Jagger, David Gilmour, Roger Waters, Rick Wakeman, Caetano Veloso, Joaquin Sabina.
Todos ellos me producen un cierto temor cuando los escucho o los veo. ¡¿Como es posible que ancianos como ellos que el menorcito tiene por lo menos 65 años, sigan cantando y moviéndose mejor que cuando tenían veinte años?!
No hay otra explicación, no son de este mundo o por lo menos no de este plano.
Son seres dotados de una inexplicable energía cósmica regeneradora de la que adolecen la mayoría de los viejos esperpentos que todos conocemos y que la mayoría da de comer a las palomas en las plazas con la eterna bufanda atada al gaznate arrugado y cansado.
Ellos, los monstruos, porque no son otra cosa, organizan giras mundiales que duran 10 meses y que les lleva por 90 países y 200 ciudades por el mundo, como quien organiza un fin de semana de descanso con la familia.
Ver a Jagger con un jean rojo licra y unos converse bailando y cantando igual como lo hacía hace 50 años, es de veras sorprendente. El distinguido señor Jagger cuenta en su haber con 73 años.
David Gilmour el legendario guitarrista del no menos legendario Pink Floyd tiene 70 años y sacó un nuevo álbum en solitario y gravó nuevamente un álbum con Pink Floyd, cosa que pensé que no volveríamos a ver en esta vida.
Joaquín Sabina, el querido maestro Sabina, el flaco, Sabinita, el Joaco, el Sabina ese que canta, como lo conocemos cariñosamente quienes caímos rendidos ante su magia, tiene 68 años y nos sorprendió con un nuevo disco a su mejor estilo, dejando un poco la conceptualidad y volviendo a la magia que lo hizo grande, como cuando pario 19 días y 500 noches.
Y me vuelvo a preguntar, que extraña magia mueve a estos esperpentos por 70 o más años, cuando a esa edad, nuestros respetables adultos mayores están pensando cual sería el mejor lugar para descansar sus huesos?
No conozco ningún vejete ridículo que se anime a afirmar a voz en cuello ante una multitud de 30 mil almas: “Cuando yo escribí esta canción no existía ni Facebook, ni twitter, ni hashtag, ni la puta que los pario” y salir indemne y ovacionado del trance.
Y el cabrón de Sabina lo hizo el año pasado ante 30 mil almas en Buenos Aires, ante unos de los públicos más jodidos del continente.
Sabina es un mago, estoy plenamente convencido. Con los años urdió un tipo de magia muy particular, una especie “musicomancia” que tiene la virtud de hechizar nobles corazones a distancia y a través de su sonido tan particular, su aguardentosa voz y su lírica insuperable. Un cóctel mágico inmune a cualquier antídoto.
Si tienes la fortuna de caer hechizado, no hay antídoto posible que pueda revertir el hechizo… y mucha falta tampoco hace.
Recuerdo perfectamente el primer día que escuche esa rasposa voz desgañitándose en el equipo de sonido del bar de un buen amigo mío: El Nano, coincidencia homónima con el famoso “primo nano” de Sabina.
Como siempre, el mismo grupo de amigotes estábamos reunidos en la barra de ese bar libando con un buen Havana 7 años, unas cubatas frías como el corazón de suegra. Cuando El Nano, el querido Sangucho dijo que iba a poner un disco que le había dejado “La María” una españoleta que también era habitué del bar y que esa noche por algún extraño azar no había ido.
“El sangucho” muy solemne dijo: - Voy a poner una canción que me gustó mucho, a ver que les parce?
Unos acordes simples en una guitarra elemental empezaron a escucharse y de pronto una rasposa voz empezó diciendo: “Lo nuestro duró, lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks…”
Un extraño escalofrió me recorrió la espalda..
Esa noche no tuve la visión suficiente para saber que estaba presenciando el inicio de mis futuras nostalgias, pero eso sí, fue el inicio de una larguísima historia en la que indudablemente Joaquín Sabina se convirtió en la banda sonora de mi vida.
Hoy a mis treinta y quince, sin saber bien quien soy o a donde voy, tengo la tétrica certeza de que Sabina me acompañara hasta el fin de mis días, aun cuando él ya nos este junto a nosotros y se haya ido a decirles hijos de puta a los ángeles de trajes amariconados que viven en santidad y que estoy seguro, igual que este ciudadano, caerán hechizados ante la poesía a quemarropa que el buen Sabina te descerraja a boca de jarro justo cuando lo necesitas… ni más antes, ni después.
Hoy después de más de 15 años de haber dejado que sabina invada mis suburbios, tengo el pleno convencimiento de que no pudo haber evento más afortunado en mi vida, que esa noche que amanecimos escuchando una y otra vez el álbum completo de 19 días y 500 noches…
El sol nos sorprendió canturreando sus temas que ya los sabíamos de memoria y la borrachera que nos danzaba por dentro nos fijó sus canciones para siempre en el corazón.
Puedo afirmar sin temor a equivocarme que ninguno de los aguerridos parroquianos que esa noche compartimos esa barra en el bar del Nano, quedó libre de ese magnifico hechizo sabinero que nos desbarato y nos volvió a armar en una sola noche de cubatas y buena música.
Desde ese entonces y hasta la noche en que ese legendario bar cerró, no hubo una sola jornada en que no haya sonado por lo menos un par de canciones de Sabina.
Sabina es mágico, Jagger sorprendente, Gilmour una leyenda, Wakeman un genio musical, Veloso un ídolo y todos ellos y muchos otros más, unos viejos de mierda admirables.
Unos verdaderos monstruos geniales!

He dicho!
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