La quena

(Tercer cuento de la serie "Cuentos para leer en un cementerio")

En el mundo hay amor, sentimientos, alegrías... pero en el otro lado que tal?!

Esta como otras historias me la contó mi abuela que ahora descansa muy cerca de aquí, en una tumba de este cementerio… Ella me decía que en ciertas noches como esta misma, las almas de los difuntos salen a deambular por este plano, perdidos, casi inconscientes, como un vestigio de lo que fueron en vida.
Los cementerios son los lugares propicios para ello… lugares como estos que están en silencio por las noches son los espacios ideales para que los descarnados vaguen por las sombras intentando recordar sus vidas pasadas… Se manifiestan como fuegos fatuos, solía decir mi abuela o como inexplicables brisas que nos hielan la espalda… justo como la que estamos sintiendo ahora mismo… Mi abuela solía decir que si uno cerraba los ojos y oía o más bien escuchaba con atención a veces se podía escuchar en medio del murmullo de la brisa, algún lamento, a veces una palabra, otras veces un nombre… y luego venia la advertencia!

-          Hijo, si escuchas algo más que el murmullo de la brisa, por lo que más quieras no abras los ojos!
-          Seguro están rondando y corres el riesgo de ver algo que te cegará el alma para siempre!

Hacemos el intento?
… cierren los ojos y escuchen atentamente!
Esta historia comienza como muchas otras, con una historia de amor, pero no una común y corriente, esta historia estaba signada a ser eterna!
Pero no con esa eternidad soñada por los adolescentes, tampoco por los poetas o por los escritores. Esta historia estaba destinada a permanecer suspendida en el tiempo, atrapada por la fuerza de los prohibidos sentimientos que la engendró!
Vicente era un mozo, un joven, un muchacho con 20 años en el cuerpo, casi como cualquier otro, excepto por un pequeño detalle. Vicente era seminarista!
Un hombre de bien con su vida dedicada al buen camino y al futuro sacerdocio.
Siempre había sido un alma pía, llena de bondad, misericordiosa y con todos y cada uno de las virtudes necesarias para portar las piadosas sotanas de cura.
... y así lo hizo!
Hombre de mucha fe y de fe a toda prueba se propuso entrar a un seminario, estudiar, esforzarse, ser cura y llevar la fe a todo el mundo!
El plan era perfecto… él era perfecto para el cometido…
… Los planes siempre son perfectos hasta que el diablo mete la cola!
En uno de sus lecturas se topó con un manuscrito antiguo que hablaba de una hermosa doncella, hija de un comerciante rico vecino de Oruro, dueño de muchos comercios, propietario de una situación bonancible como pocas…
Ella la hija, era una joven hermosa, dueña de una figura envidiable, de un rostro de la más pura belleza, de una sonrisa perfecta y con una avidez por la lectura y el conocimiento que a Vicente le pareció perfecta!
Solo un pequeño detalle separaba a ese par!
Y ninguna de las obviedades que están pensando.
No les separaba el hecho de que él era un joven humilde sin patrimonio y que ella era la única hija de un rico comerciante.
Tampoco les separaba el hecho de que ella pertenecía a la más rancia sociedad orureña y el provenía de algún profundo pozo de ignominia social.
Ni siquiera les separaba el hecho de que él era un hombre dedicado a dios, un seminarista a punto de ser ordenado cura y que ella era una joven de mundo…
… les separaba el insalvable hecho de que ella, María Cristina, había vivido un siglo antes, a principios de 1900!!!
Vicente se perdió en esa lecturas non sanctas!
Pero Vicente no solo perdió el tiempo, Vicente también perdió la razón!
Un día, del fatídico libro donde encontró el manuscrito cayo una delicada hoja y en hermosa caligrafía pudo leer de puño y letra de María Cristina unas líneas dirigidas a algún afortunado joven: “Parece una eternidad desde la última vez que recibí una carta tuya. No sé lo que haya sucedido, pero mi corazón me dice que nada malo puede ser, se en lo más profundo de mi alma que nuestro amor superara todos los obstáculos. Se amor mío que superaremos el tiempo, si es necesario”
Vicente dio un respingo, algo en medio de sus desvaríos le decía que esas líneas podían ser para el!
Vicente había extraviado la razón!
Febril escribió en un pedazo de papel: “María Cristina, estoy aquí, no te escribí mas antes por que recién acabo de leer tus líneas. Mi corazón late incesantemente por ti, no paso las noches si no con la esperanza de verte a los ojos y decirte cuanto te amo… tuyo en el tiempo: Vicente”
Con una mueca desencajada guardo el pedazo de papel en el mismo maldito libro y lo guardo con la esperanza desquiciada de una respuesta.
Pasaron varios días y las labores propias del seminario lo mantuvieron lejos de la carta, lejos de la locura… hasta ese fatídico día jueves, un día exactamente igual a este.
Decidido a terminar con sus obvios desvaríos y en un arranque de cordura, Vicente fue a tomar el libro y destruirlo con su contenido… no basto más que tomarlo, abrirlo y ver con alivio que el pedazo de papel con su escritura estaba en el mismo lugar… y no había respuesta!
Sonrió y hasta se sonrojo por su tontería… era imposible que la misiva hubiera sido contestada.
Aliviado tomo el pedazo de papel y lo doblo para metérselo en el bolsillo y desecharlo… y el mundo se detuvo en un mudo grito de terror.
En el reverso, con la misma hermosa caligrafía femenina se podían ver unas líneas!
Vicente desorbitó los ojos, se tomó de la garganta y un frio escalofrió como el dedo de un muerto le recorrió toda la espalda…
“amor mío, que alegría volver a saber de ti después de tanto tiempo!, no doy de felicidad, sabía que no me habías olvidado, sabía que en algún momento ibas a cumplir tu promesa de volver a mi sin que importe nada, ni siquiera el tiempo”

Vicente no podría creer lo que leía, cada palabra le martillaba la cabeza amenazando con explotarla… pensó que esto era una mala broma, que alguien le había visto y que estaba tratando de jugarle una pesada broma.
Se enjugó el sudor del rostro y prosiguió leyendo
“sé que estas sorprendido amor mío, sé que en el fondo esto te parecerá una broma, pero quiero que sepas que encontré la manera de cumplir nuestra promesa de esperarnos para siempre… muchos fueron los sortilegios que emplee, muchos los sacrificios que tuve que hacer para cumplir nuestra promesa, ahora solo resta volvernos a ver.
Ven a verme amor mío… algunas cosas cambiaron, pero sé que entenderás que solo el verdadero amor puede trascender más allá de todo, mas allá de nuestras propias vidas.
Necesito de ti para completar el círculo, necesito de ti y de un último sacrificio para que podamos volver a estar juntos.
Solo te pido que no te espantes al leer las siguientes líneas.
Amor mío, ve al cementerio laico y busca una señal que solo tu podrás reconocer en las tumbas que allí encontraras. Ahí yace mi cuerpo y solo tú tienes el poder de hacer que vuelva a ti”

Vicente sintió que algo le explotaba muy dentro, sintió que todo en lo que creía se derrumbaba y que con cada línea leída su razón se iba extraviando hasta perderse completamente
Una carcajada demencial empezó a subirle por la garganta y exploto en su rostro desencajado
Corrió, corrió ciegamente hasta llegar al cementerio laico de nuestra ciudad, era de noche, trepo la vieja reja del portón y se dejó caer pesadamente en la fría tierra, herido y sangrante corrió de tumba en tumba buscando alguna señal que le indicara el lugar donde debía escavar.
Araño las viejas lapidas hasta hacerse sangrar las yemas de los dedos, hasta que la encontró, un pequeño y viejo monograma con la M y la C de María cristina.
Con febril demencia empezó a arañar la tierra con sus propias manos gimiendo y riendo en medio de hipos acezantes… hasta que sus destrozados dedos tocaron un pedazo de madera. Vicente había dado con el ataúd!
Lo abrió de un solo golpe con esa fuerza que solo la demencia o el verdadero loco amor pueden darte. Fijo sus ojos acostumbrados a la oscuridad y vio perplejo unos hueso antiguos, los restos de una mujer… No supo que hacer!
Volvió a leer el pedazo de papel buscando alguna pista, revolvió los huesos buscando algo que le diga que hacer.. . Sacó el cuerpo, volcó el ataúd… nada!
Al borde de la histeria y ya casi amaneciendo se sentó en el borde del pozo de la tumba y fijo sus cansados ojos en el epitafio. Debajo del nombre podía leerse “solo el amor y la música son eternos”

Algo en medio de su locura le dijo que la clave era la música, loco de ansiedad rebusco entre los restos y al no hallar nada, arranco el fémur de la difunta y con él y un viejo cuchillo que encontró en el ataúd comenzó a labrar los orificios de una quena!

Al día siguiente cuando los porteros entraron precipitadamente al cementerio, solo encontraron una tumba profanada y un solo hueso faltante… Inmediatamente supusieron que fueron ladrones de tumbas que les venden huesos a los estudiantes de medicina.
Recompusieron al tumba como mejor pudieron, se persignaron y dieron parte a la policía de la profanación!

Nunca más se supo de Vicente, en el seminario pensaron que abandono el camino del sacerdocio y dieron por concluida la historia.

Solo los serenos del cementerio, de vez en cuando, en algunas noches de octubre, el mes de todos los santos, escuchan sonar una lastimera quena en medio de las tumbas.
Siempre les helo la sangre esas lastimeras notas y prefieren no salir cuando la escuchan.

Las viejas del barrio dicen que es Vicente que aún no encuentra la nota adecuada para revivir a su amada muerta.
Lo cierto querido lector es que a veces si se escucha melodías provenientes de este cementerio, pero puede ser solo el viento que con su lamento nos hace oír cosas que no son.
Pero más allá de todo espero que esta historia quede como lección.
Nunca hagas promesas sin pensar, nunca le jures amor eterno a nadie, no vaya a ser que un buen día Vicente empiece a tocar su quena de hueso por ti.

José Zabalaga Ortega







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